Ramón Galán

Economista dominicano, becario del MIT y U.S. Dept State, y promotor activo de la Agenda 2030 y la diplomacia comercial.

Remesas y su contribución al desarrollo económico de la región de Centroamérica y la República Dominicana

Centroamérica, tierra de volcanes y cafetales, donde el sol cae con la misma intensidad con que emigran los sueños, es también un territorio entretejido por hilos invisibles que cruzan océanos y fronteras: las remesas. Son cartas sin palabras, ríos de papel y esperanza que viajan desde el norte para tocar los rincones más humildes de estas naciones y de su apéndice insular, la República Dominicana. En una región donde a menudo las oportunidades se marchan antes que las personas, las remesas se han convertido en el último acto heroico de quienes, lejos del hogar, se niegan a soltar la raíz que los sostiene. No hacen ruido, pero transforman silenciosamente la vida cotidiana: son ellos —los ausentes— quienes, con cada envío, sostienen a los presentes. Lejos de ser un mero gesto de solidaridad familiar, las remesas configuran hoy una economía transnacional, paralela y vital, que mantiene a millones de hogares en pie y dinamiza comunidades enteras con la fuerza constante de un amor que no migra.

Durante el año 2024, Centroamérica y la República Dominicana recibieron más de 64 mil millones de dólares en remesas familiares, según estimaciones del World EconomicOutlook Database del Fondo Monetario Internacional (abril 2025). Guatemala lideró con 21,510 millones, seguida por República Dominicana con 10,756 millones, Honduras con 9,743 millones y El Salvador con 8,480 millones. Incluso economías tradicionalmente menos dependientes, como Costa Rica y Panamá, registraron entradas significativas de 650 y 467 millones, respectivamente. Estas cifras no son meros indicadores contables, sino la prueba contundente de que los migrantes no solo exportan fuerza laboral, sino también estabilidad y esperanza.

En países como Honduras y Nicaragua, las remesas representaron más del 26% del PIB en 2024. En El Salvador, un 24%; y en Guatemala, cerca del 19%. Estas proporciones reflejan una realidad estructural: en muchos casos, las remesas superan las exportaciones o la inversión extranjera directa como fuente principal de divisas. La diáspora, convertida en agente económico transnacional, sostiene la demanda agregada, estabiliza las balanzas de pagos y amortigua los ciclos de crisis. Son, en muchos sentidos, un seguro informal frente a las debilidades persistentes de los sistemas productivos locales.

El informe Migration and Development Brief 36 del Banco Mundial (2022) destaca que las remesas han demostrado ser más estables que otros flujos financieros, y que su efecto en la reducción de la pobreza es directo, sostenido y profundo. Estas transferencias permiten a los hogares cubrir necesidades esenciales —alimentos, vivienda, salud—, pero también financian educación, mejoran la calidad del empleo y respaldan microemprendimientos. Por su parte, el FMI señala en su informe World Economic Outlook: Recovery During a Pandemic(2021) , cómo durante crisis como la pandemia de COVID-19, cuando otras fuentes de ingreso colapsaron, las remesas actuaron como un verdadero amortiguador financiero, contrarrestando el deterioro económico y ayudando a estabilizar las frágiles, pequeñas y abiertas economías centroamericanas.

Su impacto trasciende lo económico. Las remesas fortalecen la resiliencia de los hogares, amplían sus horizontes de planificación y alimentan la movilidad social. Desde la compra de techos de zinc y motocicletas, hasta el pago de carreras universitarias, representan un puente entre la sobrevivencia cotidiana y la aspiración al futuro. En muchas comunidades rurales, constituyen la principal herramienta para reducir brechas territoriales y dignificar vidas que el Estado ha dejado atrás.

No obstante, este fenómeno también plantea desafíos estructurales que deben ser encarados con visión de futuro. La alta dependencia de estos flujos vuelve vulnerables a las economías locales frente a factores externos, como recesiones en los países emisores, cambios en las políticas migratorias o fluctuaciones cambiarias. 

Asimismo, existe el riesgo de que la llegada constante de remesas refuerce la informalidad económica, alentando actividades de subsistencia no reguladas y reduciendo los incentivos para el empleo formal. Su concentración en ciertas regiones o familias con redes migratorias también puede profundizar las desigualdades internas. A esto se suma el problema persistente de los costos de envío: aunque han disminuido en algunos corredores, las comisiones aún representan una carga significativa, especialmente para los sectores más vulnerables, restando capacidad de ahorro e inversión.

Y precisamente, un nuevo motivo de preocupación ha surgido con la propuesta legislativa estadounidense conocida como The Beautiful Bill Act, que contempla un impuesto del 3.5% sobre las remesas enviadas fuera del país. De aprobarse, esta medida afectaría directamente a millones de hogares centroamericanos y dominicanos, reduciendo su ingreso disponible y promoviendo el uso de canales informales, más costosos y menos seguros. Esta iniciativa subraya la fragilidad de un sistema económico que, a pesar de su magnitud, sigue dependiendo de decisiones políticas tomadas fuera de sus fronteras.

Desde una perspectiva teórica, las remesas pueden leerse bajo la lógica de “voz y salida” de Albert Hirschman (1970): cuando los ciudadanos no encuentran mecanismos efectivos para transformar su realidad desde dentro, optan por salir. En este marco, las remesas son una forma de “voz ausente” que, paradójicamente, reconfigura silenciosamente las estructuras económicas y mantiene viva la conexión emocional, social y financiera entre los migrantes y sus países de origen.

Pero lejos de ser una condena a la dependencia, las remesas, si se vinculan con estrategias nacionales de desarrollo, pueden convertirse en capital semilla para políticas públicas centradas en la inclusión financiera, el emprendimiento rural y la inversión en capital humano. Las remesas que hoy financian alimentos podrían mañana financiar innovación. Pero para ello, se requiere voluntad política, planificación y visión a largo plazo.

Mientras tanto, las familias siguen enviando, dólar a dólar, el fruto de jornadas largas y vidas divididas por fronteras. No hay transferencia más humana que esta: es, al mismo tiempo, un gesto de amor, una estrategia de sobrevivencia y un acto político. Las remesas no son solo dinero: son ciudadanía extendida, economía del afecto, sustento de naciones enteras. En un mundo donde el norte y el sur parecen cada vez más distantes, las remesas son, quizás, el puente más constante, más generoso y más humano entre ambos extremos.

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente al/la autor/a y no reflejan necesariamente la postura de la Misión Presidencial Latinoamericana y del Caribe, ni de la Fundación Esquipulas para la paz, la democracia, el desarrollo y la integración, ni de la Global Peace Foundation Centroamérica, organizaciones que conforman el Ecosistema para la transformación social, construyendo una región de oportunidades.